Diciembre suele ser un mes donde muchxs de nosotrxs tendemos a hacer un balance del año. Este 2020 ha sido un año intenso, potente, novedoso y, sobre todo, cargado de incertidumbre. Hemos vivido situaciones de malestar y ha tenido un gran impacto en nuestra salud tanto física como mental.
Las personas tendemos a hacer planes de futuro, a planear cómo nos gustaría que fuese nuestra vida y a tener expectativas relacionadas con aspectos de nuestra vida que queremos (y esperamos) que sucedan. Sin embargo, a veces estos planes no llegan a suceder (o no han sucedido) o nuestras expectativas no se cumplen.
Cuando algo que queríamos no ha podido ser o no va a poder ser nos afecta a nivel emocional y tiene un impacto en nuestra forma de pensar y de comportarnos en nuestra vida. Hablamos de un tipo de duelo muy común pero del que se habla poco: el duelo por las expectativas que no hemos podido cumplir o duelo por lo no vivido.
Nos podemos sorprender un día pensando sobre qué decisiones tomé en mi vida: sobre qué estudié, qué pareja escogí, cómo tendría que haber sido mi vida, cómo debería ser yo, cómo he llegado aquí…
Cuando nos focalizamos en cómo deben o deberían ser las cosas nuestra atención está o bien en el pasado (lamentándose por las cosas que no sucedieron cómo nos hubiera gustado) o en el futuro (con preocupación sobre qué ocurrirá ahora). También puede estar centrada en nuestros pensamientos, en esas expectativas que no se han cumplido. El caso es que prestamos atención a todo menos a lo que tenemos justamente delante, por lo que es difícil aceptar o digerir lo que realmente es.
El duelo es la vivencia emocional, psicológica y de reconstrucción personal con la que respondemos cuando tenemos cualquier tipo de pérdida. Es un proceso natural, que requiere tiempo y también un camino que recorrer (una elaboración): aprender a vivir en una realidad que no es la que queríamos.
Acepto que no existe lo que quería y acepto vivir en una realidad diferente.